Por Horacio Salazar el sáb 07 ene 2012.
Milenio
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Responda sin pensarlo: ¿recuerda a dos o tres buenos profesores
que le ayudaron a forjarse una postura ante la vida, maestros que fueron
más allá de la línea del deber para echarle la mano durante su
formación?
Si su respuesta es negativa, lo siento; qué mala onda. Pero si su
respuesta es positiva, estará validando uno de los principios intuitivos
más viejos de la educación: que un buen maestro tiene sobre sus alumnos
una influencia que rebasa al pizarrón. Lo contrario también es cierto:
un mal profesor es capaz de amputar de tajo una ruta de aprendizaje
prometedora.
Estas ideas intuitivas acaban de recibir en Estados Unidos un fuerte
empujón, gracias a un informe (aún no publicado) sobre el efecto de los
buenos maestros en la vida futura de sus pupilos. El estudio, preparado
por dos académicos de Harvard y uno de Columbia, seguramente provocará
gran discusión, pero indudablemente tiene una sólida base empírica:
siguió la pista de 2.5 millones de estudiantes durante más de 20 años.
La discusión se centrará principalmente sobre el principio detrás de
la medición, que son las llamadas “calificaciones de valor agregado”.
Dicho de modo simple, esto significa medir a los profesores a partir de
los resultados que obtienen sus alumnos a la hora de los exámenes.
Si el tema le interesa, puede irse a la nota original que publicó el diario The New York Times con el título “Big study links good teachers to lasting gain” (o siga este enlace: http://nyti.ms/zCmN5c). Aquí le va un sumario pequeño.
La métrica del valor agregado, dicen unos, mete a los profesores en
un necesario esquema de rendición de cuentas y puede favorecer la
educación de millones de niños. Sí, dicen otros, pero es muy difícil
aislar el impacto de un profesor particular, y la métrica podría
castigar indebidamente a no pocos instructores.
Será el sereno, pero los tres académicos que prepararon el informe
dicen que si se examina la métrica de valor agregado de un profesor dado
en tres o cuatro asignaturas, sí es posible captar cuáles profesores
tienen mejor desempeño.
Los estudiosos analizaron datos masivos y dividieron a los profesores
de su muestra en excelentes, promedios y mediocres. Luego examinaron lo
que ocurría con sus alumnos al paso de los años.
En esencia, los alumnos que tuvieron a los mejores profesores tenían
menos probabilidad de caer en el tema de embarazo adolescente, más
probabilidad de inscribirse en la universidad y, sobre todo, más
probabilidad de ganar más dinero al llegar a la edad adulta.
Entre las cifras del estudio, hay una que puede resumirse en que la
mediocridad cuesta. La estimación dice que si en un salón dado se
reemplaza un profesor mediocre por uno promedio, las ganancias totales
de los alumnos del salón durante toda la vida crecen 266 mil dólares. O
sea que si se deja un profesor mediocre diez años en el aula, en vez de
cambiarlo por uno mediano, se estaría hablando de 2.5 millones de
dólares en ingresos perdidos.
“El mensaje es que es mejor despedir a la gente pronto que tarde”,
dijo uno de los autores, el profesor John Friedman, de Harvard.
El reto sería, dice la autora del reporte periodístico, traducir la métrica del valor agregado en políticas educativas sensatas.
Y tiene sentido, porque decir que de manera rutinaria se evaluará a
los profesores conforme a los resultados de sus estudiantes puede
prestarse para que permitan el copiado, para que eduquen apuntando a
capacidad para resolver exámenes o para que se peleen por tener en su
salón a los mejores alumnos, entre otras cosas.
En todo caso, dicen los autores, de lo que se trata es de poner al
frente del debate la necesidad de medir el desempeño de los profesores.
Coincido con los profesores en el análisis y en la necesidad de
incorporar a los maestros, paulatinamente, en un esquema de calidad
centrado en la rendición de cuentas. Pero me pregunto en qué siglo
podremos hacer algo así en México. Suspiro.
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