Por Carlos Puig
Entre las peculiaridades del sistema de Finlandia hay una que piensan les dio éxito: el acuerdo político para educar a todos los niños juntos
quiere decir que no hay escuelas privadas, lo que logró un país
concentrado, atento. La presión social sobre funcionarios, directivos y
maestros cobra otra dimensión cuando nadie puede, por dinero, escapar al
destino de la educación...
En el último año, por razones que tal vez estén relacionadas con lo
electoral, pero que también son absolutamente congruentes con la
ideología del Partido Acción Nacional y el presidente Calderón, el
gobierno ha tomado un par de medidas que benefician directamente a las
escuelas privadas —de primaria a universidad— y a los sectores
poblacionales.
Me refiero a la deducibilidad de las colegiaturas del impuesto sobre
la renta y a las garantías gubernamentales a la banca privada para dar
préstamos a estudiantes y así puedan acceder a universidades privadas
cuyos costos con relación al ingreso promedio de los mexicanos se ha
disparado en la última década.
Algunos expertos en educación y en economía han hecho severas
críticas a las medidas del gobierno en el sentido de lo que significa
para la educación pública la posibilidad de seguir beneficiando a la
banca privada a costa de sus usuarios y el mensaje que en general lanza
sobre la diferencia entre la educación que provee el Estado y la que
proveen los particulares.
Valga la pena recordar que los resultados y los expertos de PISA —el
brazo de la OCDE que mide los niveles educativos de los países miembros—
han dicho que nunca han hallado una diferencia relevante entre los
alumnos de escuelas públicas y los de las privadas en México.
Valga este antecedente para contar en estas líneas la historia que da
vueltas por publicaciones especializadas, otras de información general,
y que se discute en foros sobre la materia en el mundo.
Hoy en día y desde hace unos 10 años, cuando PISA empezó a evaluar a
los alumnos del mundo desarrollado, los finlandeses sorprendieron a
propios y extraños con sus resultados. En 2009, que no fue su mejor año,
los finlandeses fueron segundos en ciencia, tercero en lectura y sexto
en matemáticas entre los más de 50 países que participan en la prueba.
Treinta años antes el país se había propuesto transformar su sistema
educativo convencido, según la literatura del gobierno, de que tenía que
ser parte de su esfuerzo de desarrollo económico. De hecho, hasta hoy,
la política educativa es parte de la estrategia de crecimiento
económico.
Pasi Sahlberg, uno de los funcionarios finlandeses involucrados con el sistema, ha escrito recientemente un libro —Lecciones finlandesas: lo que el mundo puede aprender del cambio en el sistema educativo— que circula como pan caliente entre responsables de sistemas educativos en varios países del mundo.
PISA resume así algunos de los factores que con mucho esfuerzo y tres décadas después tienen a los finlandeses donde están:
“Acuerdo político para educar a todos los niños juntos en un sistema
educativo común, la expectativa que todos los alumnos pueden alcanzar
niveles de excelencia más allá de su origen familiar, regional o
socioeconómico; determinación absoluta a la excelencia de los maestros,
responsabilidad colectiva respecto a los alumnos con problemas, recursos
financieros modestos dirigidos casi exclusivamente al salón de clase,
construcción de confianza entre la comunidad y sus clases”.
Además de muchas peculiaridades del sistema, hay una que es única y
que al menos los finlandeses piensan que es fundamental para su éxito: el acuerdo político para educar a todos los niños juntos…
quiere decir que en Finlandia no hay escuelas privadas. Sí. No hay
escuelas privadas. Por cierto, tampoco se paga por las comidas en las
escuelas, el transporte, los materiales ni los libros. La gente está
concentrada en enseñar y aprender.
Lo primero que eso logró fue que el país entero estuviera pendiente,
atento, concentrado en el mismo sistema, las mismas escuelas. La presión
social sobre funcionarios, directivos y maestros cobra otra dimensión
cuando nadie puede, por dinero, escapar al destino del sistema
educativo. Sahlberg escribe en su libro que eso tiene otra consecuencia
casi inmediata si el éxito de todos depende de lo mismo, el sistema no
se basa en la competencia, sino en la cooperación. Dice en su libro,
citando a un autor finlandés: “Los verdaderos ganadores no compiten”.
En el centro del sistema está la calidad de los maestros, revolución
que inició en 1979 cuando se cambiaron todas las reglas para ser
docente. Se necesita una maestría para ser contratado en la profesión y
las escuelas de entrenamiento de profesores —normales, les diríamos
aquí— son de las de más complicado acceso. Y como la paga es muy buena,
sólo 10 por ciento de unos 5 mil solicitantes al año entran a los
programas educativos para ser maestros.
Por cierto, los maestros y directivos son de tal calidad y causan tal
confianza al gobierno que las escuelas finlandesas tienen muchísima
autonomía en sus programas y la velocidad en que los implantan en el
salón de clases.
Además no hay exámenes estandarizados —no hay Enlace, pues—, sólo uno final cuando los jóvenes tienen 18 años.
La equidad, la igualdad, como centro de la reforma educativa. No suena mal.
*Texto aparecido en Milenio el 11 de febrero de 2012.
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