Tú sabes de mí,
Estuve en
Cananea y en Río Blanco,
Llevaba guante
blanco en Tlatelolco
y armas de alto
poder
en Acteal y
Aguas Blancas
-Gerry Meneses-
Mi
precaria biblioteca puede presumir de una extraña clasificación que en sí misma
resulta peculiar: libros para leer, libros para ver, libros para oler, libros
para leer con una sola mano y libros para
escuchar. Yo mismo no hago mucho caso del orden que suelo dar a mi
librero pues si un texto tiene la cualidad de atraparme lo más probable es que
me olvide de la forma en que está organizado y reclasifique los ejemplares
basado en la última adquisición.
Mi
biblioteca también puede presumir de algo más: no hay libros impuestos ni
libros de moda, sólo textos con los que suelo relacionarme muy estrechamente,
ya sea con los personajes o con los autores con quienes, en muchos casos, tengo
la suerte de haber trabado una amistad. Cuando esto ocurre, me gusta hablar
sobre esos libros, pensarlos, presumirlos, compartirlos y hasta reseñarlos.
Este es un hábito que me ha dejado detractores pues no todos comparten la idea
de hablar de un libro escrito por alguien cercano, pero me pregunto: ¿para qué
voy a hablar de libros que no me gustan y que no gozan del prodigio de avivar
mis sentidos?
Lo
anterior me ocurre a menudo con los libros-musicales y como ejemplo puedo
mencionar El monstruo de arriba de la
cama, de Israel Miranda, el cual mantiene su lugar privilegiado en mi
librero desde hace un par de años. También están ahí Provocaré un diluvio, de Arturo J. Flores; Una historia como cualquier otra, de Carlos Aviléz; El diario íntimo de un guacarróquer, de
Armando Vega-Gil; La reina del sur,
de Arturo Pérez Reverte; y Flor de
capomo, de Paul Medrano, con estos dos ya podrán darse cuenta de mis otros
gustos musicales, esos que no siempre me puedo dar el gusto de presumir.
Hace
unos meses, mientras gozaba de la plenitud del anonimato feisbukero, supe del nacimiento de un libro-soundtrack escrito por
alguien entrañable: Rock & poemario,
de Gerry Meneses. Indagué con los cuates y supe que tenía que hacerme de un
ejemplar, por lo que un buen día llegué hasta donde podía comprarlo y pagué uno
a uno los pesos necesarios para tenerlo entre mis manos.
Fue
como cargar a un chamaco que sabes te convertirá en compadre de su papá. Verlo
con sus coloritos, entre roquerosos y punquetos, me hizo añorarlo de inmediato. Pensé en Mike Jagger y
Sid Vicius, en Led Zeppelín y The who, y siguiendo el instinto salvaje fui
directo al índice para descubrir un montón de rolas que era necesario tener en
mi teléfono celular (lo siento pero ya no uso iPod). Llegué a casa y antes de
quitarme los zapatos prendí la computadora, busqué las canciones y comencé a
leer los poemas fondeando cada uno con la música que le daba color.
Las
cosquillas haciéndome estragos en la barriga fueron buen indicio. Las
evocaciones de las primeras ganas (me refiero a las ganas de roquear), de
convertirse en una estrella de rock, “de
meterse en los pantalones más ajustados del par que tenemos y acomodarse bien
el paquete que ofreceremos a nuestras nenas”, como bien lo acota Israel
Miranda, se apoderaron de mí. En cada página me topaba con Dylan, Jagger, Hendrix,
Lennon, e incluso, Kurt Cobain. Pero también frente al público, micrófono en
mano, estaba Meneses. Gerry para la banda. Gerry el educador en materias tan
complejas como la vida.
¿Observas el
choque de la marcha de los fantasmas?
¿El disco que
repite su estupidez?
¿Los acordes
necios de la palabrería?
¿La tesitura del
ritmo apagado de abtería?
Todo es un
carrusel
Como en una canción
de Lennon
Metales redondos
derrapan monotonía
Y está bien…
(Whatching the weels)
Gerry y sus
evocaciones.
Bragas!
Murió la primera
de mis novias sin que volviera a verle.
Ella cantaba
Love me two times
Cuando besar era
desvelar el mundo.
(I’m the walrus)
Adiós ventanas…
Tus ojos oscuros
(mientras te vistes)
Contrastan con
la tristeza del tren,
Su estación
Y este cuarto
blanco
(White room)
Gerry,
el Profesor Políticamente Rebelde
La televisión y
sus merolicos son peores que antaño.
No tengo auto y
escucho nubes de inutilidades
En el pulpo que
finge ser transporte público.
(I can’t get no satisfaction)
El imperio
picotea mis corneas
Los gusanos se
lamen las botas entre si
Neblina morada
estremece mi cerebro
De nubes
azulosas,
Ya no
necesitamos ser suicidas
Con nuestras
tristezas alcanza
Para morir en la
rapsodia bohemia.
(Yer blues)
Gerry
el Doctor del Rock.
Del minuto uno
con veinticuatro segundos,
Al tres cero dos
(como si de
versículos bíblicos
Del ritmo se
tratara),
Atrapas mi
ontología.
(Whole lotta love)
Orgasmo, coito,
Aprendiendo a
tocar guitarra.
Ray y su piano
ciego
¿Qué dirías?
¿Qué fue lo que dije?
(What i’d say)
Pero
Rock & poemario como buen libro
long play trae un track oculto, el plus que míticamente le ponían los grupos
noventeros a su música en la década del compac disc: Bullying y otras canciones del hartazgo. Un disco que se lee como
encore. Lados B de aquellos ensayos que se han ido rezagando en materia de la
escuela y cuya preocupación hace de Gerry un
gran crítico del entorno escolar y las nuevas dinámicas trabadas por la
violencia.
¿Vale
la pena recomendar el Rock &
poemario? ¡Claro! Es un libro de larga duración que seguro tiene el prodigio
de mover a la gente a ritmo de poesía, violencia y rock.
Experimiento, rock chido con el toque de esos 5 maestros. |
*Texto no leído el 9 de marzo de 2013, en FES Aragón. Casi siempre cometo la osadía de apuñalar lo que preparo con antelación y esta vez no fue la excepción, sólo me dediqué a hablar y hablar.
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