19
de septiembre de 2017. Han pasado doce días del sismo que me hizo reconocerme
como un incapaz para saber si la estructura de un edificio está dañada o no. Los
salones se han quedado vacíos. La orden de suspender clases en el turno
vespertino me hace pensar en los muchachos que ya deben venir en camino. Yo, a
pesar de las indicaciones, tengo una reunión de trabajo con otros directores,
pero dice el Coordinador Regional: “puede detenerse todo, menos la administración.
Esa sigue.”.
* * *
Son
las 9.50 de la mañana del 20 de septiembre de 2017. Frente a la entrada de la
escuela cuatro o cinco alumnos se mantienen expectantes. No son mis alumnos
pero al verme llegar, dos de ellos se acercan a preguntarme si habrá clases.
Les hago saber que hay suspensión hasta que se verifiquen los edificios. Uno de
los dos me dice que si quiero él me acompaña, que no quiere estar en su casa.
Pero el director del Centro Comunitario no le permite la entrada y una vez que cruzo
la puerta, él la cierra y manda a todos a su casa. “Cuando tienen que estar aquí no quieren entrar. Ahorita, ¿para qué los
quiero? ¡Tienen que estar en su casa!” Veo a los muchachos alejarse, cruzar
la calle y tumbarse en la acera como habitualmente lo hacen.
Tenemos
la indicación de esperar a los de protección civil. Ellos van a decirnos si el
edificio presenta daños. A simple vista el edificio está perfecto, sin embargo,
le hago saber al director de preparatoria que después del pasado temblor encontré
que el piso, en la planta alta, se encuentra cuarteado. No sé si estaba así
antes. Subimos a revisarlo y él mismo se reconoce incapaz de determinar si esas
cuarteaduras son consecuencia del movimiento del día anterior. Revisamos
paredes y descubrimos que una parte de la loza se desprendió. Unos granitos de
piedra sobre un par de mesas, sobre el piso, nos lo confirman.
Pasan
las horas y protección civil no aparece. Mi compañero me hace saber que le
dijeron que tienen mucho trabajo, que hay escuelas de verdad dañadas, que la
nuestra no es prioridad. Nuestra escuela nunca es prioridad. Tal vez por eso
apenas se sostiene con la dignidad necesaria para no perder su condición de
centro educativo.
Pasado
el medio día nos percatamos que en la escuela de enfrente, una preparatoria con
apenas tres años de funcionamiento, trabaja el personal de protección civil. Nos
miramos pensando lo mismo: ellos sí tienen prioridad. Pacientemente esperamos
que terminen su trabajo. Tal vez luego vengan hacia acá. Imaginamos que van
recorriendo inmuebles de acuerdo a una ruta y en ella tenemos que estar
nosotros.
Pasada
una hora me entero que los revisores se han retirado. Ni cuenta me di cuando
salieron. Sin embargo, un hombre solitario sigue examinando el inmueble. Me acerco
a él y le pregunto si es de protección civil. Sonríe. Me hace saber que es un
padre de familia, ingeniero civil. Su hija estudia en esa escuela y como se
percató que la inspección fue sólo ocular, él decidió hacer una revisadita del
edificio. No está por demás.
Le
hago saber que trabajo en la escuela de enfrente. Que por allá ni se pararon,
que le invito la comida si le echa una revisada a mi escuela pero que igual me
diga cosas técnicas para poder elaborar un reporte que necesito entregar.
Minutos después, ya dentro de mi salón, el hombre bromea. Dice que necesitamos
otra escuela, que la nuestra está muy jodida, que no entiende cómo semejante
masa de cemento sigue de pie. Me reitea que es una broma. Afirma que el
edificio tiene buen “esqueleto”, que por los pilares que hay en el centro de
cada salón en, la parte inferior, se nota que ese edifico fue adaptado para
convertirse en escuela. Que la parte superior es una construcción posterior. No
cuenta con los pilares que sostienen la planta baja. Las trabes son firmes y
sostienen adecuadamente el peso del edificio. Trato de mostrarle mis
inquietudes en relación a las cuarteaduras y los trocitos de loza que
encontramos mi compañero y yo. No son serias pero necesitan reparación. En
general la escuela necesita una remoción urgente pues si sigue sin
mantenimiento en unos años se acelerará el deterioro.
Mientras
nos tomamos un refresco me platica que él se ofreció a revisar las escuelas
donde están sus hijos. Trabaja en el ayuntamiento pero sabe que protección
civil, por la carga de trabajo, sólo está cumpliendo con el requisito de hacer inspecciones
oculares y no peritajes que descarten daños severos. “¿Usted sabe lo que van a tener que gastar los ayuntamientos si reportan
los daños de cada escuela?” Su pregunta me deja pensando.
El
hombre no acepta la comida pero agradece el refresco helado. Me pasa una
infografía para que la comparta con mis compañeras y puedan examinar
detalladamente sus escuelas con mayor certeza. Me enseña cuando una grieta es
para preocuparse y cuando sólo necesita remozarse. Me desea suerte. Mi
compañero me hace saber que le indicaron que protección civil no se presentará.
Tampoco lo harán mañana. Tal vez el viernes o el sábado. Me confía que le
ordenaron cerrar la escuela y esperar nuevas indicaciones.
* * *
¿En
qué país vivimos? La experiencia de 1985 seguramente sirvió sólo por un tiempo.
No dudo que después de aquella tragedia el rigor que se usó para dar licencias de
construcción fue de mayor nivel. Sin embargo, pienso en todas esas casas que
han sido acondicionadas como escuelas u oficinas, o en esas escuelas que
comenzaron siendo construcciones pequeñitas y ante la creciente demanda
tuvieron que improvisar una construcción que les permitiera dar la atención
necesaria. Pienso también en las escuelas que tienen cuarenta o cincuenta años
de vida, escuelas que han quedado rebasadas por la modernidad y cuyas
instalaciones evidencian no sólo el deterioro sino también el olvido y la
indiferencia de las autoridades educativas. Tal vez la Reforma Educativa
debería considerar que las escuelas tienen un ciclo de vida y que tras un
tiempo deberían ser reedificadas. Pienso también en la cantidad de casos que
conozco de escuelas privadas, esas que garantizan la seguridad de los alumnos
por cualquier suma de dinero, pero que entre tantos requisitos de funcionamiento,
las autorizaciones de protección civil lleven por debajo una suma de dinero que
no pagará una vida.
Mientras
me entero de todo lo que ocurre en torno al Colegio Enrique Rébsamen, en la
Ciudad de México, me congratulo que el estado de México no hayamos tenido que
lamentar muertes de niños y jóvenes. Pero créanme: eso no significa que todo
esté en perfecto funcionamiento.
* * *
Son
casi las nueve de la noche del 22 de septiembre de 2017. Hoy tampoco se
presentó protección civil a revisar nuestro inmueble. Tal vez mañana si lo
hagan. Si no ocurre tendremos que tomar la decisión de reanudar labores si de
igual forma, la autoridad educativa estatal así lo ordena. Como me compartió un
compañero profesor, cuya directora le informó: “ya revisamos la barda de los dos edificios
y el pórtico fui a protección civil con las fotos de esta revisión y la
indicación es que si podemos ocupar pero acordonar la barda para que los niños
no corran riesgos es nuestra responsabilidad su integridad...”
Y
sí, en los últimos años, todo es responsabilidad del magisterio.