Por
alguna extraña razón, suelo inaugurar mis cursos de ciencias hablando de
fenómenos naturales. Me agrada que los muchachos piensen en las maravillas que
nos regala el planeta y lo que existe fuera de él. Pero por otra extraña razón
cuando les pido que elijan un fenómeno natural para estudiar, para pensar, para
desatar el análisis, siempre eligen un terremoto antes que un arcoíris, el día
y la noche o las mareas. Los terremotos generan misterio, aunque también miedo,
así que siempre terminamos hablando del terremoto de 1985 y de los que ellos
han vivido en los años recientes.
En
eso estábamos el 7 de septiembre cuando por la noche se nos vino un temblor que
muchos de los muchachos no sintieron porque estaban dormidos. Al día siguiente
tuvimos que suspender labores para que los directores revisáramos las instalaciones
de nuestras escuelas hasta quedar convencidos que al reanudar las labores,
gozaríamos de cabal seguridad.
El
viernes 8 de septiembre acudí temprano a mi escuela y en medio de la soledad me
reconocí incapaz de hacer una revisión como Dios manda. El oficio de
incidencias que las autoridades me exigen entregar, es en realidad un texto
redactado bajo mi criterio. Revisé ocularmente cada pared, cada ventana y el
piso. Encontré detalles que antes no había considerado como cuarteaduras y
paredes un tanto descarapeladas. No sé si las cuarteaduras estaban ahí un día
antes. Las paredes descarapeladas sí. No supe si una grieta delgadita pero muy larga,
que cruza de un lado a otro el salón, podía ponernos en riesgo. Me sentí
inútil.
Me
comuniqué con mi autoridad inmediata y le planteé la situación. Le pedí que me
dijera cómo tenía que revisar la escuela y sólo hasta entonces redactaría el
oficio de incidencias que me solicitaba, adjuntaría las fotografías y esperaría
que alguien pusiera las manos a la obra. Pero en este país esos protocolos
parecen de ficción sólo son un eslabón más en la cadena de tramitologías que en años recientes engrosan los procesos
administrativos escolares.
Mientras
esperaba que alguien le diera respuesta a mis dudas me puse en contacto con
otras compañeras. Ellas me confiaron que se limitaron a revisar ocularmente los
edificios, les tomaron fotos y redactaron su oficio. Al final supe que nadie le
dio importancia a las grietas, a las paredes descuadradas o descarapeladas.
Nada que un poco de yeso, cemento y pintura, pudieran corregir. Lo más relevante
en algún informe fue un vidrio roto. Los daños fueron catalogados como “menores”
y recibimos la instrucción de reanudar clases el siguiente lunes.
Por
la noche explote mi indignación en redes sociales. Me declaré incapaz de
revisar mi escuela y sobre todo garantizar la seguridad de quienes la usamos,
es decir, de docentes y alumnos. Una publicación que hacía alusión a mi
comentario llamó mi atención. Una persona había publicado una especie de respuesta
en la que exigía mi renuncia si no era capaz de revisar una escuela.
México
es un país de dichos pero también de modas. Si un día alguien explota en indignación
frente a las autoridades por ser éstas incapaces de ofrecer seguridad al pueblo,
así como lo hizo Alejandro Martí, es válido. Sin embargo, él se lo pidió a los
responsables de proveer seguridad y justicia en este país. Si su dicho: “señores, si piensan que la vara es muy alta,
si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien pero no sigan
ocupando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer
nada...”, va a ser replicado ligeramente para este caso, tendría que
sentarse a repensar si los directivos de una escuela, contamos con los
elementos básicos de ingeniería civil para determinar si una construcción es
apta o no para seguir prestando el servicio.
Pensé
si esta persona tiene hijos en edad escolar y en todo caso en que tipo de
escuela está. ¿Será un edificio construido para su fin o una casa adaptada para
prestar las funciones escolares como se estila ahora? ¿Será una construcción pequeña
o un edificio de esos que comienzan siendo un pequeño jardín de niños y al paso
de los años se convierten en institutos monstruosos donde cada año le van
agregando un piso y un nivel escolar más?
Le
hice saber mis apreciaciones y aclararle que mi incapacidad no está preparar y
trabajar mis clases, ni en la organización administrativa que requiere una
escuela y mucho menos en la capacidad de gestión. Por lo anterior, lo que
exigía para poder determinar si el edificio era apto para reanudar las clases
era que alguien me dijera cómo revisar la escuela.
La
anécdota quedó ahí: en mi incapacidad para determinar si esas grietas nos
ponían en peligro o no. Al final, el lunes 11 de septiembre reanudamos las
clases y recibí el acuse de mi reporte de incidencias. No hubo autoridad educativa
o de gobierno que visitara la escuela. Pero eso sí: dejé claro que yo no sé
revisar edificios. No se me culpe por ello. A cambio exijo capacitación por el bien mío y de quienes acuden diariamente a mi escuela.
Una semana después nadie recordaba lo ocurrido y todos estaban centrados en lo que los noticieros informaban sobre Chiapas y Oaxaca, ciudades que lamentablemente quedaron muy dañadas.
Una semana después nadie recordaba lo ocurrido y todos estaban centrados en lo que los noticieros informaban sobre Chiapas y Oaxaca, ciudades que lamentablemente quedaron muy dañadas.
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