viernes, 22 de septiembre de 2017

Fenómenos naturales 3



19 de septiembre de 2017. Han pasado doce días del sismo que me hizo reconocerme como un incapaz para saber si la estructura de un edificio está dañada o no. Los salones se han quedado vacíos. La orden de suspender clases en el turno vespertino me hace pensar en los muchachos que ya deben venir en camino. Yo, a pesar de las indicaciones, tengo una reunión de trabajo con otros directores, pero dice el Coordinador Regional: “puede detenerse todo, menos la administración. Esa sigue.”.

*   *   *

Son las 9.50 de la mañana del 20 de septiembre de 2017. Frente a la entrada de la escuela cuatro o cinco alumnos se mantienen expectantes. No son mis alumnos pero al verme llegar, dos de ellos se acercan a preguntarme si habrá clases. Les hago saber que hay suspensión hasta que se verifiquen los edificios. Uno de los dos me dice que si quiero él me acompaña, que no quiere estar en su casa. Pero el director del Centro Comunitario no le permite la entrada y una vez que cruzo la puerta, él la cierra y manda a todos a su casa. “Cuando tienen que estar aquí no quieren entrar. Ahorita, ¿para qué los quiero? ¡Tienen que estar en su casa!” Veo a los muchachos alejarse, cruzar la calle y tumbarse en la acera como habitualmente lo hacen.

Tenemos la indicación de esperar a los de protección civil. Ellos van a decirnos si el edificio presenta daños. A simple vista el edificio está perfecto, sin embargo, le hago saber al director de preparatoria que después del pasado temblor encontré que el piso, en la planta alta, se encuentra cuarteado. No sé si estaba así antes. Subimos a revisarlo y él mismo se reconoce incapaz de determinar si esas cuarteaduras son consecuencia del movimiento del día anterior. Revisamos paredes y descubrimos que una parte de la loza se desprendió. Unos granitos de piedra sobre un par de mesas, sobre el piso, nos lo confirman.

Pasan las horas y protección civil no aparece. Mi compañero me hace saber que le dijeron que tienen mucho trabajo, que hay escuelas de verdad dañadas, que la nuestra no es prioridad. Nuestra escuela nunca es prioridad. Tal vez por eso apenas se sostiene con la dignidad necesaria para no perder su condición de centro educativo.

Pasado el medio día nos percatamos que en la escuela de enfrente, una preparatoria con apenas tres años de funcionamiento, trabaja el personal de protección civil. Nos miramos pensando lo mismo: ellos sí tienen prioridad. Pacientemente esperamos que terminen su trabajo. Tal vez luego vengan hacia acá. Imaginamos que van recorriendo inmuebles de acuerdo a una ruta y en ella tenemos que estar nosotros.

Pasada una hora me entero que los revisores se han retirado. Ni cuenta me di cuando salieron. Sin embargo, un hombre solitario sigue examinando el inmueble. Me acerco a él y le pregunto si es de protección civil. Sonríe. Me hace saber que es un padre de familia, ingeniero civil. Su hija estudia en esa escuela y como se percató que la inspección fue sólo ocular, él decidió hacer una revisadita del edificio. No está por demás.

Le hago saber que trabajo en la escuela de enfrente. Que por allá ni se pararon, que le invito la comida si le echa una revisada a mi escuela pero que igual me diga cosas técnicas para poder elaborar un reporte que necesito entregar. Minutos después, ya dentro de mi salón, el hombre bromea. Dice que necesitamos otra escuela, que la nuestra está muy jodida, que no entiende cómo semejante masa de cemento sigue de pie. Me reitea que es una broma. Afirma que el edificio tiene buen “esqueleto”, que por los pilares que hay en el centro de cada salón en, la parte inferior, se nota que ese edifico fue adaptado para convertirse en escuela. Que la parte superior es una construcción posterior. No cuenta con los pilares que sostienen la planta baja. Las trabes son firmes y sostienen adecuadamente el peso del edificio. Trato de mostrarle mis inquietudes en relación a las cuarteaduras y los trocitos de loza que encontramos mi compañero y yo. No son serias pero necesitan reparación. En general la escuela necesita una remoción urgente pues si sigue sin mantenimiento en unos años se acelerará el deterioro.

Mientras nos tomamos un refresco me platica que él se ofreció a revisar las escuelas donde están sus hijos. Trabaja en el ayuntamiento pero sabe que protección civil, por la carga de trabajo, sólo está cumpliendo con el requisito de hacer inspecciones oculares y no peritajes que descarten daños severos. “¿Usted sabe lo que van a tener que gastar los ayuntamientos si reportan los daños de cada escuela?” Su pregunta me deja pensando.

El hombre no acepta la comida pero agradece el refresco helado. Me pasa una infografía para que la comparta con mis compañeras y puedan examinar detalladamente sus escuelas con mayor certeza. Me enseña cuando una grieta es para preocuparse y cuando sólo necesita remozarse. Me desea suerte. Mi compañero me hace saber que le indicaron que protección civil no se presentará. Tampoco lo harán mañana. Tal vez el viernes o el sábado. Me confía que le ordenaron cerrar la escuela y esperar nuevas indicaciones.

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¿En qué país vivimos? La experiencia de 1985 seguramente sirvió sólo por un tiempo. No dudo que después de aquella tragedia el rigor que se usó para dar licencias de construcción fue de mayor nivel. Sin embargo, pienso en todas esas casas que han sido acondicionadas como escuelas u oficinas, o en esas escuelas que comenzaron siendo construcciones pequeñitas y ante la creciente demanda tuvieron que improvisar una construcción que les permitiera dar la atención necesaria. Pienso también en las escuelas que tienen cuarenta o cincuenta años de vida, escuelas que han quedado rebasadas por la modernidad y cuyas instalaciones evidencian no sólo el deterioro sino también el olvido y la indiferencia de las autoridades educativas. Tal vez la Reforma Educativa debería considerar que las escuelas tienen un ciclo de vida y que tras un tiempo deberían ser reedificadas. Pienso también en la cantidad de casos que conozco de escuelas privadas, esas que garantizan la seguridad de los alumnos por cualquier suma de dinero, pero que entre tantos requisitos de funcionamiento, las autorizaciones de protección civil lleven por debajo una suma de dinero que no pagará una vida.

Mientras me entero de todo lo que ocurre en torno al Colegio Enrique Rébsamen, en la Ciudad de México, me congratulo que el estado de México no hayamos tenido que lamentar muertes de niños y jóvenes. Pero créanme: eso no significa que todo esté en perfecto funcionamiento.

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Son casi las nueve de la noche del 22 de septiembre de 2017. Hoy tampoco se presentó protección civil a revisar nuestro inmueble. Tal vez mañana si lo hagan. Si no ocurre tendremos que tomar la decisión de reanudar labores si de igual forma, la autoridad educativa estatal así lo ordena. Como me compartió un compañero profesor, cuya directora le informó: ya revisamos la barda de los dos edificios y el pórtico fui a protección civil con las fotos de esta revisión y la indicación es que si podemos ocupar pero acordonar la barda para que los niños no corran riesgos es nuestra responsabilidad su integridad...”

Y sí, en los últimos años, todo es responsabilidad del magisterio.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Fenómenos naturales 2



Una urgencia extrema relacionada con una documentación, me hizo retirar a los alumnos una hora antes de lo habitual. Ellos, mostrando una alegría extrema, decidieron huir de la escuela antes de que cambiara de opinión.

Minutos después, mientras disfrutaba del silencio que ofrece un salón vacío y me concentraba en el orden de la documentación que urgía entregar, un ruido me hizo perder la concentración. La vibración se hizo más intensa. A menos de dos metros de distancia, el ventilador, literalmente estaba bailando. El pizarrón comenzó a azotarse contra la pared con furia. Estaba temblando.

Me levanté y caminé hasta la salida. El piso se movía. Nunca antes había experimentado semejante sensación. Mientras desalojaba a los jóvenes que se encontraban en el salón contiguo no dejaba de pensar en el movimiento en mis pies. Cuando eres responsable de otros, no te da tiempo de aterrarte, de sentir miedo. Sacas una fuerza extraña que te hace mantener la calma hasta que caes en la cuenta que acaba de ocurrir algo grave.

Mientras bajaba los escalones podía observar que el edificio se movía, que algo crujía a mis espaldas y que la lámpara del techo, sostenida con dos cadenitas, amenazaba con desplomarse cuando pasara debajo de ella. El director de preparatoria y yo fuimos los últimos en salir. Los alumnos reían nerviosamente parados frente a la escuela. Pensé en los árboles que estaban detrás de ellos, en el edificio detrás de los árboles, en el poste que sostiene un transformador de luz frente a los muchachos y en la decena de cables que estaban sobre sus cabezas.

Por unos instantes me concentré en las reacciones de la gente: en sus caras llenas de terror, en las crisis nerviosas de dos chiquillas, en el chacoteo de los muchachos, en los comentarios. Mi pasmo se quebró cuando escuché llorar a alguien.

Pasaron cinco minutos antes de que decidiéramos entrar a revisar la escuela. Sabíamos que no era lo adecuado pero la calle tampoco era un lugar seguro. Al parecer todo estaba bien. Mientas revisábamos la escuela descubrimos que la señora que se encarga del aseo se había mantenido dentro de la escuela cuidando sus pertenencias. Vaya irresponsabilidad pero es bien cierto que cada quien se la juega como mejor le conviene. El reloj marcaba las 13:33 cuando los alumnos regresaron a sus salones. El director de la preparatoria y yo convenimos en dejar salir a los muchachos no sin antes hacerles más recomendaciones que una madre. Las ambulancias y helicópteros rondaban la ciudad. Para entonces no imaginábamos los daños eran serios.

Aún cuando la situación se tornó grave, una reunión de trabajo estuvo por encima de las órdenes de suspender labores en el turno vespertino. La incertidumbre de varios de los que nos encontramos en dicha reunión era evidente. Somos profesores pero también somos humanos que tenemos hijos, que tenemos una familia, y para entonces, sabiendo que nuestros alumnos se encontraban bien nos urgía ir directamente a nuestras casas a verificar que todo estuviera en orden. Era lo menos considerando que la telefonía se encontraba colapsada.

Regresar a casa resultó complicado. Para entonces afortunadamente había logrado comunicarme con mi familia y sabía que todos estaban a salvo, que no les había ocurrido nada más allá del susto. Tras una hora de espera pude tomar un camión llenísimo. Por el periférico, a la altura de Valle Dorado, la gente caminaba buscando acercarse a sus casas pues el transporte se volvió escaso e insuficiente.

Al escuchar las noticias entré en pánico. Lo que apenas unas horas había sido sólo un temblor, ahora era una tragedia. 19 de septiembre de 2017, 32 años después del gran sismo que casi liquidó la ciudad.

Lo peor apenas estaba por venir.

martes, 12 de septiembre de 2017

¿Estudiar o certificarse?

En los últimos años, a mi escuela llega mucha gente que pretende estudiar. Niños, jóvenes, adultos, las edades no importan. Pero estudiar sólo es una forma de decirlo. Lo que en realidad desean es un certificado, un documento que les abra las puertas de un empleo. Desafortunadamente esa tendencia se está normalizando y eso es aprovechado por vivales que lucran con esas necesidades.

Ahora, cuando se me presenta un caso así, trato de hacerles ver que certificar es importantísimo pero aprender también porque al final el certificado sólo es una llave. Al final, muchos terminan regresando a la escuela.

Así que les planteo esa situación: ¿estudiar o certificarse?

Retraté un par de casos para el sitio de Jessica de la Portilla: TodomePasa

Ojalá los disfruten. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

Fenómenos naturales 1



Por alguna extraña razón, suelo inaugurar mis cursos de ciencias hablando de fenómenos naturales. Me agrada que los muchachos piensen en las maravillas que nos regala el planeta y lo que existe fuera de él. Pero por otra extraña razón cuando les pido que elijan un fenómeno natural para estudiar, para pensar, para desatar el análisis, siempre eligen un terremoto antes que un arcoíris, el día y la noche o las mareas. Los terremotos generan misterio, aunque también miedo, así que siempre terminamos hablando del terremoto de 1985 y de los que ellos han vivido en los años recientes.

En eso estábamos el 7 de septiembre cuando por la noche se nos vino un temblor que muchos de los muchachos no sintieron porque estaban dormidos. Al día siguiente tuvimos que suspender labores para que los directores revisáramos las instalaciones de nuestras escuelas hasta quedar convencidos que al reanudar las labores, gozaríamos de cabal seguridad.

El viernes 8 de septiembre acudí temprano a mi escuela y en medio de la soledad me reconocí incapaz de hacer una revisión como Dios manda. El oficio de incidencias que las autoridades me exigen entregar, es en realidad un texto redactado bajo mi criterio. Revisé ocularmente cada pared, cada ventana y el piso. Encontré detalles que antes no había considerado como cuarteaduras y paredes un tanto descarapeladas. No sé si las cuarteaduras estaban ahí un día antes. Las paredes descarapeladas sí. No supe si una grieta delgadita pero muy larga, que cruza de un lado a otro el salón, podía ponernos en riesgo. Me sentí inútil.

Me comuniqué con mi autoridad inmediata y le planteé la situación. Le pedí que me dijera cómo tenía que revisar la escuela y sólo hasta entonces redactaría el oficio de incidencias que me solicitaba, adjuntaría las fotografías y esperaría que alguien pusiera las manos a la obra. Pero en este país esos protocolos parecen de ficción sólo son un eslabón más en la cadena de tramitologías que en años recientes engrosan los procesos administrativos escolares.

Mientras esperaba que alguien le diera respuesta a mis dudas me puse en contacto con otras compañeras. Ellas me confiaron que se limitaron a revisar ocularmente los edificios, les tomaron fotos y redactaron su oficio. Al final supe que nadie le dio importancia a las grietas, a las paredes descuadradas o descarapeladas. Nada que un poco de yeso, cemento y pintura, pudieran corregir. Lo más relevante en algún informe fue un vidrio roto. Los daños fueron catalogados como “menores” y recibimos la instrucción de reanudar clases el siguiente lunes.

Por la noche explote mi indignación en redes sociales. Me declaré incapaz de revisar mi escuela y sobre todo garantizar la seguridad de quienes la usamos, es decir, de docentes y alumnos. Una publicación que hacía alusión a mi comentario llamó mi atención. Una persona había publicado una especie de respuesta en la que exigía mi renuncia si no era capaz de revisar una escuela.

México es un país de dichos pero también de modas. Si un día alguien explota en indignación frente a las autoridades por ser éstas incapaces de ofrecer seguridad al pueblo, así como lo hizo Alejandro Martí, es válido. Sin embargo, él se lo pidió a los responsables de proveer seguridad y justicia en este país. Si su dicho: “señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien pero no sigan ocupando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada...”, va a ser replicado ligeramente para este caso, tendría que sentarse a repensar si los directivos de una escuela, contamos con los elementos básicos de ingeniería civil para determinar si una construcción es apta o no para seguir prestando el servicio.

Pensé si esta persona tiene hijos en edad escolar y en todo caso en que tipo de escuela está. ¿Será un edificio construido para su fin o una casa adaptada para prestar las funciones escolares como se estila ahora? ¿Será una construcción pequeña o un edificio de esos que comienzan siendo un pequeño jardín de niños y al paso de los años se convierten en institutos monstruosos donde cada año le van agregando un piso y un nivel escolar más?

Le hice saber mis apreciaciones y aclararle que mi incapacidad no está preparar y trabajar mis clases, ni en la organización administrativa que requiere una escuela y mucho menos en la capacidad de gestión. Por lo anterior, lo que exigía para poder determinar si el edificio era apto para reanudar las clases era que alguien me dijera cómo revisar la escuela.

La anécdota quedó ahí: en mi incapacidad para determinar si esas grietas nos ponían en peligro o no. Al final, el lunes 11 de septiembre reanudamos las clases y recibí el acuse de mi reporte de incidencias. No hubo autoridad educativa o de gobierno que visitara la escuela. Pero eso sí: dejé claro que yo no sé revisar edificios. No se me culpe por ello. A cambio exijo capacitación por el bien mío y de quienes acuden diariamente a mi escuela.

Una semana después nadie recordaba lo ocurrido y todos estaban centrados en lo que los noticieros informaban sobre Chiapas y Oaxaca, ciudades que lamentablemente quedaron muy dañadas.