lunes, 11 de septiembre de 2017

Fenómenos naturales 1



Por alguna extraña razón, suelo inaugurar mis cursos de ciencias hablando de fenómenos naturales. Me agrada que los muchachos piensen en las maravillas que nos regala el planeta y lo que existe fuera de él. Pero por otra extraña razón cuando les pido que elijan un fenómeno natural para estudiar, para pensar, para desatar el análisis, siempre eligen un terremoto antes que un arcoíris, el día y la noche o las mareas. Los terremotos generan misterio, aunque también miedo, así que siempre terminamos hablando del terremoto de 1985 y de los que ellos han vivido en los años recientes.

En eso estábamos el 7 de septiembre cuando por la noche se nos vino un temblor que muchos de los muchachos no sintieron porque estaban dormidos. Al día siguiente tuvimos que suspender labores para que los directores revisáramos las instalaciones de nuestras escuelas hasta quedar convencidos que al reanudar las labores, gozaríamos de cabal seguridad.

El viernes 8 de septiembre acudí temprano a mi escuela y en medio de la soledad me reconocí incapaz de hacer una revisión como Dios manda. El oficio de incidencias que las autoridades me exigen entregar, es en realidad un texto redactado bajo mi criterio. Revisé ocularmente cada pared, cada ventana y el piso. Encontré detalles que antes no había considerado como cuarteaduras y paredes un tanto descarapeladas. No sé si las cuarteaduras estaban ahí un día antes. Las paredes descarapeladas sí. No supe si una grieta delgadita pero muy larga, que cruza de un lado a otro el salón, podía ponernos en riesgo. Me sentí inútil.

Me comuniqué con mi autoridad inmediata y le planteé la situación. Le pedí que me dijera cómo tenía que revisar la escuela y sólo hasta entonces redactaría el oficio de incidencias que me solicitaba, adjuntaría las fotografías y esperaría que alguien pusiera las manos a la obra. Pero en este país esos protocolos parecen de ficción sólo son un eslabón más en la cadena de tramitologías que en años recientes engrosan los procesos administrativos escolares.

Mientras esperaba que alguien le diera respuesta a mis dudas me puse en contacto con otras compañeras. Ellas me confiaron que se limitaron a revisar ocularmente los edificios, les tomaron fotos y redactaron su oficio. Al final supe que nadie le dio importancia a las grietas, a las paredes descuadradas o descarapeladas. Nada que un poco de yeso, cemento y pintura, pudieran corregir. Lo más relevante en algún informe fue un vidrio roto. Los daños fueron catalogados como “menores” y recibimos la instrucción de reanudar clases el siguiente lunes.

Por la noche explote mi indignación en redes sociales. Me declaré incapaz de revisar mi escuela y sobre todo garantizar la seguridad de quienes la usamos, es decir, de docentes y alumnos. Una publicación que hacía alusión a mi comentario llamó mi atención. Una persona había publicado una especie de respuesta en la que exigía mi renuncia si no era capaz de revisar una escuela.

México es un país de dichos pero también de modas. Si un día alguien explota en indignación frente a las autoridades por ser éstas incapaces de ofrecer seguridad al pueblo, así como lo hizo Alejandro Martí, es válido. Sin embargo, él se lo pidió a los responsables de proveer seguridad y justicia en este país. Si su dicho: “señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien pero no sigan ocupando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada...”, va a ser replicado ligeramente para este caso, tendría que sentarse a repensar si los directivos de una escuela, contamos con los elementos básicos de ingeniería civil para determinar si una construcción es apta o no para seguir prestando el servicio.

Pensé si esta persona tiene hijos en edad escolar y en todo caso en que tipo de escuela está. ¿Será un edificio construido para su fin o una casa adaptada para prestar las funciones escolares como se estila ahora? ¿Será una construcción pequeña o un edificio de esos que comienzan siendo un pequeño jardín de niños y al paso de los años se convierten en institutos monstruosos donde cada año le van agregando un piso y un nivel escolar más?

Le hice saber mis apreciaciones y aclararle que mi incapacidad no está preparar y trabajar mis clases, ni en la organización administrativa que requiere una escuela y mucho menos en la capacidad de gestión. Por lo anterior, lo que exigía para poder determinar si el edificio era apto para reanudar las clases era que alguien me dijera cómo revisar la escuela.

La anécdota quedó ahí: en mi incapacidad para determinar si esas grietas nos ponían en peligro o no. Al final, el lunes 11 de septiembre reanudamos las clases y recibí el acuse de mi reporte de incidencias. No hubo autoridad educativa o de gobierno que visitara la escuela. Pero eso sí: dejé claro que yo no sé revisar edificios. No se me culpe por ello. A cambio exijo capacitación por el bien mío y de quienes acuden diariamente a mi escuela.

Una semana después nadie recordaba lo ocurrido y todos estaban centrados en lo que los noticieros informaban sobre Chiapas y Oaxaca, ciudades que lamentablemente quedaron muy dañadas.

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