sábado, 25 de marzo de 2017

Acosos. La voz sexy de la radio. Pte 5



Gabriela Vives es periodista, escritora, productora audiovisual, locutora, consultora de imagen pública y media training de acuerdo con su perfil en Twitter. Llevo un par de años escuchando sus participaciones en el programa radiofónico Charros vs Gánsters que se transmite de lunes a viernes por MVS Radio. No hace mucho la comencé a seguir en esa red social pero hasta hace unos días me atreví a interactuar con ella después de un tuit que repliqué:

Lo confieso: Me enferma que gente extraña me quiera hacer platica en la calle... peor si se les ocurre hacer preguntas personales. #Grinch@AGabrielaVives - 24 de marzo

Cometí la tontería de publicar: Se acaba de derrumbar mi admiración por ella”, y casi de inmediato me respondió: “¿Por? La verdad sí es bien incómodo ir a comprar a una tienda o a tomar algo y que no falte el cuate que quiera ponerse a ligar.

Me detuve un poco y pensé. Le hice saber que soy de esos que buscan la charla a la menor provocación. Hablo hasta con el perro, escribí. Enseguida, Gabriela me conf a través de varios tuits lo que ha tenido que padecer con los acosadores ya sea en la fila del Oxxo o en el supermercado. Desde sujetos que se tropiezan accidentalmente detrás de ella hasta los avezados que se atreven a seguirla. Las propuestas que le hacen van desde invitaciones para acompañar a alguien a su casa hasta una donde la quisieron lanzar como modelo.

Durante algunos minutos compartimos tuits relacionados con el acoso. Bromeé respecto a mi apariencia física y ella propuso invitarme a espantarle a los acosadores. Me arrepentí de mi publicación y sin ahondar más en el asunto reafirmé mi admiración por la voz más sexy de la radio. Con ese comentario pusimos fin al tema y a partir de ahí hemos tuiteado acerca de la sequía ganadora del Cruz Azul y la salud José José.

Antes de dormir repensé la situación: el acoso hacia las mujeres lejos de detenerse parece vivir un auge. Sus diversas formas se aferran a conductas que los varones insistimos en hacer ver como normales. ¿Normales? Claro que no, cuando menos eso es lo que opinan muchas mujeres. Sin embargo la educación de nuestra sociedad todavía valida muchas de esas acciones que tendrían que erradicarse. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo enfrentar este problema? ¿Los varones quieren entrarle desde ahora o tendrán que pasar varias generaciones para lograrlo?

Tengo mucho que escribir acerca de lo ocurrido en esta semana.

viernes, 24 de marzo de 2017

Acosos. Bullying y acoso. Pte 4



Si por las mañanas me veo al espejo y me digo gordo y guapo, ¿me estoy buleando y acosando?” La pregunta me surge mientras me pongo la ropa frente al espejo. Mi obesidad será tratada en alguna entrega posterior, lo prometo. Me resulta complejo sustraerme a lo ocurrido en los días anteriores aunque esta mañana mis pensamientos tienden al humor. Reparo en que el asunto no puede ser gracioso cuando el acoso parece multiplicarse cotidianamente. Decido colocar mi pregunta en Facebook como un ejercicio que de antemano sé, no encontrará respuestas serias.

Casi de inmediato Sara(1), una mujer interesada en temas de violencia de género, responde: “depende el gesto y el tono que uses”. Ivonne(2), una pedagoga cuya misión personal consiste en formarse y educar en temas de equidad, la secunda: “si diste tu consentimiento no es ninguno.” Vale acotar que ambas son estudiosas del derecho y aunque no temen bromear al respecto siempre se toman un momento para mover a la reflexión. Sus respuestas me sitúan en la cordura y decido compartir con ellas lo ocurrido en los días pasados. Mientras releo sus réplicas caigo en la cuenta de cómo la sociedad nos ha educado en ese dinámica volviendo el acoso algo normal. Creo que la mayoría de las hombres hemos caído en conductas acosadoras sin tener plena conciencia que lo que hacemos no corresponde con la normalidad de una sociedad que busca eliminar muchos tipos de violencia entre ellas la de género. Habrá mujeres que repliquen esta aseveración afirmando que sabemos a la perfección que lo que hacemos no es normal.

Días antes, Karla(3), otra amiga estudiosa de la violencia de género y el feminismo, me compartió algunas apreciaciones con respecto al “caso Plaqueta”. A continuación enlisto algunos de sus comentarios:

  1. Ya no es (ni nunca ha sido) cool/chido/bonito/políticamente correcto molestar/chulear/lanzar piropos a las mujeres. Dar tu opinión/asombro cuando nadie te pregunta, no está bien.
  2. Esta supuesta "admiración por la belleza" e incluso, la asignación de lo que es bello o no, pasa por una relación de poder. Quien designa lo que es bello se instala en lo "alto" de la escala.
  3. La mujer como la representación máxima de la bella, una denominación propia de nuestras sociedades modernas, es otro adorno más a la armadura que se les pone a las mujeres como "seres para otros". "Que sean bellas, porque inteligentes no pueden ser..."
  4. Se legisla para "abolir" estas prácticas de machismo... Pero no se gana nada, porque ya lo han dicho varios especialistas en las ciencias sociales: nada pasa si se da en individual. Lo fuerte sucede en colectivo, a nivel social.
  5. Por eso "choca" el caso de la denuncia.
  6. Y es "legal" (se refiere a la denuncia) porque es un derecho defenderte con "las leyes".
  7. Pero como diría Lipovestky, las relaciones humanas no pueden estar reguladas a cada paso por leyes.
  8. Es odioso porque se ha tenido que recurrir hasta el marco legal para defenderse. Pero no hay solución al conflicto.
  9. Pienso con Lipovestky que es necesario el empoderamiento de las personas para marcar límites, para decir lo que no les gusta, para no dejarse sin tener que llegar hasta los tribunales. Así se crece, se suma a la conciencia del sí. Además, que se deja de ser víctima, para ser agente. "Porque puedo" decido decir “no me parece que me molestes.”
  10. Lo ideal sería que los varones también aplicarán el "calladito me veo más bonito" y que las mujeres irrumpieran en los espacios públicos con mayor seguridad.

Las palabras de Karla siempre son luz cuando me siento confundido en temas de equidad de género. De alguna manera ella me ha enseñado más que todos los cursos juntos a los que me han enviado para capacitarme en relación a este tema.

1. Sara Ayala Juárez.
2. Ivonne Martinez.

3. Karla Santamaría.

jueves, 23 de marzo de 2017

Acosos. Desde la banqueta. Pte 3



Desde hace meses la escuela ha sido invadida por un grupo de jóvenes cuya única misión ha consistido en apropiarse de la banqueta, la entrada y la escalinata del edificio. Respeto su derecho a no estudiar pero no comparto su idea de apropiarse de los espacios de quienes sí quieren hacerlo.

Su presencia se convertido en un lastre que ha afectado la proyección de la escuela al grado que hay vecinos que han pedido el cierre del edificio o que éste sea destinado a otras actividades para un tipo de población diferente a los jóvenes. Afortunadamente la petición no ha prosperado. Y si bien, quienes tenemos relación con esa escuela estamos consientes que la venta de drogas al interior y exterior de las instalaciones se ha disparado en los últimos años y que la ingesta de bebidas alcohólicas es alentada gracias a un expendio de cerveza que está justo enfrente y que luego de un par de años de clausura hace unos días reabrió sus puertas, también sabemos que es uno de los pocos espacios donde los jóvenes en condiciones de rezago pueden retomar y concluir sus estudios. Sin embargo hace años que las autoridades de Naucalpan, sin distingo de partido en el poder, le han dado la espalda a este centro comunitario que otrora se distinguía por el reconocimiento de la comunidad pero ahora los vecinos prefieren evitarlo.

Desafortunadamente este grupo de jóvenes se ha empecinado en tender sus fueros para convertir un centro educativo en un club social donde no hay autoridad que pueda ponerles un freno. Su actitud pendenciera ha marcado el actuar de los profesores y los mismos estudiantes.

Es medio día y ni siquiera el calor logra hacerlos abandonar la banqueta. Como cualquier día la calle se encuentra atestada de estudiantes que salen y entran simultáneamente de la Preparatoria Oficial número 323, cruzándose intempestivamente con los del Centro Comunitario que se encuentra enfrente. El olor a mariguana quemada inunda el ambiente. Los chiflidos acrecientan la algarabía y los calificativos se escuchan a grito pelado y sin recato indicando que alguna mujer ha llamado la atención de la pandilla.

Me asomo por la ventana y aguzo la mirada para distinguir a un par de chicas que caminan en dirección a San Bartolo. Una de ellas viste un short y una blusa escotada apropiada para el clima que resulta abrasador. Su acompañante porta  un pantalón ajustado y playera de tirantes muy ceñida. Uno de los jóvenes que diariamente se plantan en la banqueta se levanta y corre hacia las chicas quienes al verlo se sorprenden. El sujeto, un gordo con ropa estrecha, insiste en hacerles compañía. Las chicas intentan evadirlo pero él se muestra insistente. Ellas ignoran sus palabras y aceleran el paso para cruzar la calle. Al no lograr respuesta a sus palabras el joven voltea hacia sus compañeros y grita: “se cotizan las morras” y como respuesta dos jóvenes abandonan la banqueta y corren a apoyar a su compañero. De pronto las muchachas se detienen, parecen decirles algo a los jóvenes que se limitar a reír escandalosamente como burlándose de ambas chicas. Ellas logran evadir la muralla que con sus cuerpos han impuesto los tres jóvenes y corren. Uno de ellos pretende darle una nalgada a una pero al no lograrlo se vuelve la burla del resto de los muchachos. Algunas de las jovencitas que suelen acompañarlos también festejan la (no) gracejada de sus amigos.

A mi costado, un profesor no pierde detalle de la acción. Le pregunto si no piensa hacer algo. Mueve la cabeza para indicar que no hay nada que él pueda hacer a menos que una autoridad diferente a la escolar se atreva a hacerlo. Tras pensarlo unos minutos me retiro arrastrando impotencia.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Acosos. Muy conocida. Pte 2



La quietud de la escuela se rompe cuando una maestra pasa frente a un salón de preparatoria. Un chiflido aislado encuentra eco en la estupidez adolescente y se generaliza armando un alboroto que el profesor al frente del grupo evita contener. Alguien grita una palabra que se replica en diversos sinónimos que hacen alusión al cuerpo de la maestra y cuyos pasos se han silenciado al descender la escalinata.

     -        ¡No mames! ¿A poco te gusta esa pinche flaca? –grita una voz femenina perdida en el anonimato–. Yo tengo más chichis y más nalgas que ella.
-        Pero tú ya estás muy conocida...

La carcajada es general.

Las pisadas de la maestra vuelven a hacer eco en la escalinata. De nueva cuenta se escuchan los chiflidos y las palabras que ni por asomo pueden considerarse piropos. El profesor se encuentra metido en su teléfono celular. En mis años de escuela aquello hubiera sido impensable cuando menos hacia una maestra. Entonces, no dudo que ella hubiera hecho valer su autoridad para apagar la euforia y de paso para poner en orden a los provocadores. Aquí eso es impensable. Le pregunto por qué su indiferencia y me dice que prefiere evitarse problemas con los muchachos.

En los últimos años las escuelas deben incluir programas de prevención a la violencia de género. Si eso existe en esta escuela me temo que ha resultado un rotundo fracaso.

martes, 21 de marzo de 2017

Acosos. Harapo humano. Pt 1



El centro de Naucalpan jamás descansa. A pesar de que una de las avenidas principales se encuentra cerrada para su repavimentación el comercio ambulante, las escuelas, los negocios establecidos, el transporte y la vagancia forman un sistema embalado que trabaja para no dejar morir a ese municipio que cada trienio parece colapsar. Este último, que prometió un cambio rotundo –juran muchos– ahora sí va a liquidar lo poco que sobra pues en menos de un año lo único que ha conseguido es colapsar todavía más la vida de los habitantes del municipio.

A escasos metros de ese núcleo el parque Revolución invita al respiro. Son las nueve de la mañana y las amas de casa ya buscan la sombra de un árbol para protegerse de los rayos del sol que arribaron con rabia en la naciente primavera. Los estudiantes buscan la señal de Wi-Fi prometida en la plaza pública mientras los más osados, con pareja, se refugian en el kiosco para declararse amor en múltiples variantes. Algunos vendedores de dulces y cigarros comienzan su labor, acomodan sus productos a discreción en tanto los policías, desde su caseta, se tornan indiferentes a esa dinámica que rompe con la ley y cuya aplicación es discrecional. Únicamente se muestran alertas cuando alguna mujer con ropa entallada pasa frente a ellos. Se toman unos segundos para observar sin recato el atuendo, el andar y tal vez algo más, y sólo después de un rato comienzan a intercambiar puntos de vista. A ellos se unen un sin fin de hombres que se apean alrededor de la reja y que diariamente acuden hasta ese sitio para reunirse con alguien ya sea por asuntos amorosos u otros menos importantes como los laborales. A decir verdad ese parque es el indicado si uno quiere echarse un taco de ojo, me confió alguna vez un anciano que suele pasar las tardes en alguna de las bancas observando a las chiquillas de la secundaria, de la preparatoria o algunas señoras que acuden con sus hijos a distraerse después de la escuela.

Cerca del puesto de revistas ubicado frente a la clínica del Seguro Social un hombre sin pierna y apariencia lastimera se mantiene atento a las mujeres que pasan. No discrimina para piroperar. No le importa si son madres que llevan de la mano a sus niños o si son jovencitas de escuela, algunas casi niñas. No le importa si van arregladas o en fachas. Sólo le importa que vayan solas. Tampoco le importa generar esa molestia que incluso contagia a otros hombres. Pero estamos en Naucalpan, uno de los once municipios que más violencia ejerce contra las mujeres en el estado de México y que en la segunda mitad del 2016 fue foco de atención al registrarse varios feminicidios. Una mujer rubia atraviesa la avenida 16 de septiembre sorteando combis, microbuses y uno que otro auto perdido. Se escucha algún chiflido. Viste leggins de un blanco impecable, tenis negros y una playera deportiva del mismo color que sus zapatos. Parece que lleva prisa. Sorteando cuerpos en movimiento pasa frente al lisiado que se endereza para decirle algo imperceptible. La rubia se detiene en seco. Pretende encararlo pero al descubrirlo minusválido se contiene.

     -        ¡No te molestes mamazota, eres un monumento digno de saborear aunque sea con la mirada! –reitera el hombre mientras al fondo los policías sueltan una risotada ensimismados en su charla.

La mujer parece confundida. Se nota la mirada enfurecida, los labios apretados, las manos sueltas queriendo arremeter contra aquel harapo humano pero al final resuelve caminar lentamente hacia el puesto de revistas. Habla para ella misma, enojada. La sigo con la mirada hasta que se pierde al interior de la clínica. Al volver la mirada un hombre de unos treinta años, de brazos fuertes y espalda ancha se encuentra frente al lisiado y lo sentencia con el índice. Unas diez personas se acercan para escuchar lo que le dice. El hombre-harapo muestra una sonrisa cínica y chimuela que resulta repugnante. Sabe que el otro sujeto no se atreverá a ponerle una mano encima lo que enciende los ánimos del joven que baja su mochila al suelo y le manotea las muletas que salen disparadas una a cada costado. Un par de señoras tratan de contenerlo mientras otro hombre le hace ver que es un discapacitado y que nadie se mete con los discapacitados. Los policías reaccionan y vienen hasta donde el grupo de gente se ha convertido en multitud. El lisiado se carcajea y el joven no se contiene para propinarle una cachetada que le transforma la horrible sonrisa en una mueca de dolor y que de paso también le crispa la mirada. El hombre quiere defenderse con las muletas pero éstas yacen en el piso. Alcanzarlas parece una misión imposible para alguien en su condición. Los policías llegan mostrando más prepotencia que autoridad y dos de ellos sacan sus radios para pedir refuerzos. La escena se torna cómica: cuatro hombres obesos, armados, que se supone son autoridad piden refuerzos para detener a un joven que ahora se burla del viejo ante su incapacidad por responderle.

Las mujeres que inicialmente intentaron contener al joven exigen a los policías que actúen, que hagan valer su autoridad para detener al que ha ofendido a un discapacitado. Un tercer sujeto trata de imponer silencio para poder hablar con los policías quienes se limitan a tomar al joven por los brazos. Él no se resiste pero intenta explicar su actuar. Alguien más se envalentona y quiere darle una lección al joven. Todos dan su versión y al final los policías comienzan a dispersar a la multitud mientras conducen al joven al módulo que se encuentra en la otra esquina. Los que hablan por radio se conmiseran del lisiado y le acercan sus muletas, le preguntan si está bien, si necesita algo, si está lastimado. El hombre exagera el dolor y finge un desmayo. La escena se vuelve ridícula. Prefiero seguir mi camino. A veces la mejor ayuda es la indolencia sobre todo cuando la objetividad se vuelve subjetiva.

Metros adelante, frente a la papelería Nueva Japón, una jovencita camina delante de mí. Carga una canasta con flanes, jugos y sándwiches. Su exagerado contoneo es aderezado por su vestimenta (leggins rojos, blusa blanca y zapatillas negras) que ofrecen el pretexto perfecto para los piropos, los chiflidos y los comentarios que en algunos casos harían sonrojar al mismo lisiado. La chica acentúa su contoneo y aprovecha para increpar a los comerciantes: ¿te voy a dejar algo o sólo vas a decir pendejadas? No hay respuestas concretas, únicamente propuestas sexuales que no tengo tiempo de escuchar. Acelero el paso. Estoy a un par de calles del trabajo y se me ha hecho tarde.