jueves, 23 de marzo de 2017

Acosos. Desde la banqueta. Pte 3



Desde hace meses la escuela ha sido invadida por un grupo de jóvenes cuya única misión ha consistido en apropiarse de la banqueta, la entrada y la escalinata del edificio. Respeto su derecho a no estudiar pero no comparto su idea de apropiarse de los espacios de quienes sí quieren hacerlo.

Su presencia se convertido en un lastre que ha afectado la proyección de la escuela al grado que hay vecinos que han pedido el cierre del edificio o que éste sea destinado a otras actividades para un tipo de población diferente a los jóvenes. Afortunadamente la petición no ha prosperado. Y si bien, quienes tenemos relación con esa escuela estamos consientes que la venta de drogas al interior y exterior de las instalaciones se ha disparado en los últimos años y que la ingesta de bebidas alcohólicas es alentada gracias a un expendio de cerveza que está justo enfrente y que luego de un par de años de clausura hace unos días reabrió sus puertas, también sabemos que es uno de los pocos espacios donde los jóvenes en condiciones de rezago pueden retomar y concluir sus estudios. Sin embargo hace años que las autoridades de Naucalpan, sin distingo de partido en el poder, le han dado la espalda a este centro comunitario que otrora se distinguía por el reconocimiento de la comunidad pero ahora los vecinos prefieren evitarlo.

Desafortunadamente este grupo de jóvenes se ha empecinado en tender sus fueros para convertir un centro educativo en un club social donde no hay autoridad que pueda ponerles un freno. Su actitud pendenciera ha marcado el actuar de los profesores y los mismos estudiantes.

Es medio día y ni siquiera el calor logra hacerlos abandonar la banqueta. Como cualquier día la calle se encuentra atestada de estudiantes que salen y entran simultáneamente de la Preparatoria Oficial número 323, cruzándose intempestivamente con los del Centro Comunitario que se encuentra enfrente. El olor a mariguana quemada inunda el ambiente. Los chiflidos acrecientan la algarabía y los calificativos se escuchan a grito pelado y sin recato indicando que alguna mujer ha llamado la atención de la pandilla.

Me asomo por la ventana y aguzo la mirada para distinguir a un par de chicas que caminan en dirección a San Bartolo. Una de ellas viste un short y una blusa escotada apropiada para el clima que resulta abrasador. Su acompañante porta  un pantalón ajustado y playera de tirantes muy ceñida. Uno de los jóvenes que diariamente se plantan en la banqueta se levanta y corre hacia las chicas quienes al verlo se sorprenden. El sujeto, un gordo con ropa estrecha, insiste en hacerles compañía. Las chicas intentan evadirlo pero él se muestra insistente. Ellas ignoran sus palabras y aceleran el paso para cruzar la calle. Al no lograr respuesta a sus palabras el joven voltea hacia sus compañeros y grita: “se cotizan las morras” y como respuesta dos jóvenes abandonan la banqueta y corren a apoyar a su compañero. De pronto las muchachas se detienen, parecen decirles algo a los jóvenes que se limitar a reír escandalosamente como burlándose de ambas chicas. Ellas logran evadir la muralla que con sus cuerpos han impuesto los tres jóvenes y corren. Uno de ellos pretende darle una nalgada a una pero al no lograrlo se vuelve la burla del resto de los muchachos. Algunas de las jovencitas que suelen acompañarlos también festejan la (no) gracejada de sus amigos.

A mi costado, un profesor no pierde detalle de la acción. Le pregunto si no piensa hacer algo. Mueve la cabeza para indicar que no hay nada que él pueda hacer a menos que una autoridad diferente a la escolar se atreva a hacerlo. Tras pensarlo unos minutos me retiro arrastrando impotencia.

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