Desde
hace meses la escuela ha sido invadida por un grupo de jóvenes cuya única
misión ha consistido en apropiarse de la banqueta, la entrada y la escalinata
del edificio. Respeto su derecho a no estudiar pero no comparto su idea de
apropiarse de los espacios de quienes sí quieren hacerlo.
Su
presencia se convertido en un lastre que ha afectado la proyección de la
escuela al grado que hay vecinos que han pedido el cierre del edificio o que éste
sea destinado a otras actividades para un tipo de población diferente a los
jóvenes. Afortunadamente la petición no ha prosperado. Y si bien, quienes
tenemos relación con esa escuela estamos consientes que la venta de drogas al
interior y exterior de las instalaciones se ha disparado en los últimos años y
que la ingesta de bebidas alcohólicas es alentada gracias a un expendio de
cerveza que está justo enfrente y que luego de un par de años de clausura hace
unos días reabrió sus puertas, también sabemos que es uno de los pocos espacios
donde los jóvenes en condiciones de rezago pueden retomar y concluir sus
estudios. Sin embargo hace años que las autoridades de Naucalpan, sin distingo
de partido en el poder, le han dado la espalda a este centro comunitario que
otrora se distinguía por el reconocimiento de la comunidad pero ahora los
vecinos prefieren evitarlo.
Desafortunadamente
este grupo de jóvenes se ha empecinado en tender sus fueros para convertir un
centro educativo en un club social donde no hay autoridad que pueda ponerles un
freno. Su actitud pendenciera ha marcado el actuar de los profesores y los
mismos estudiantes.
Es
medio día y ni siquiera el calor logra hacerlos abandonar la banqueta. Como
cualquier día la calle se encuentra atestada de estudiantes que salen y entran
simultáneamente de la Preparatoria Oficial número 323, cruzándose
intempestivamente con los del Centro Comunitario que se encuentra enfrente. El
olor a mariguana quemada inunda el ambiente. Los chiflidos acrecientan la
algarabía y los calificativos se escuchan a grito pelado y sin recato indicando
que alguna mujer ha llamado la atención de la pandilla.
Me
asomo por la ventana y aguzo la mirada para distinguir a un par de chicas que
caminan en dirección a San Bartolo. Una de ellas viste un short y una blusa
escotada apropiada para el clima que resulta abrasador. Su acompañante porta un pantalón ajustado y playera de tirantes muy
ceñida. Uno de los jóvenes que diariamente se plantan en la banqueta se levanta
y corre hacia las chicas quienes al verlo se sorprenden. El sujeto, un gordo
con ropa estrecha, insiste en hacerles compañía. Las chicas intentan evadirlo
pero él se muestra insistente. Ellas ignoran sus palabras y aceleran el paso
para cruzar la calle. Al no lograr respuesta a sus palabras el joven voltea hacia
sus compañeros y grita: “se cotizan las morras” y como respuesta dos jóvenes
abandonan la banqueta y corren a apoyar a su compañero. De pronto las muchachas
se detienen, parecen decirles algo a los jóvenes que se limitar a reír
escandalosamente como burlándose de ambas chicas. Ellas logran evadir la
muralla que con sus cuerpos han impuesto los tres jóvenes y corren. Uno de
ellos pretende darle una nalgada a una pero al no lograrlo se vuelve la burla
del resto de los muchachos. Algunas de las jovencitas que suelen acompañarlos
también festejan la (no) gracejada de sus amigos.
A
mi costado, un profesor no pierde detalle de la acción. Le pregunto si no
piensa hacer algo. Mueve la cabeza para indicar que no hay nada que él pueda
hacer a menos que una autoridad diferente a la escolar se atreva a hacerlo.
Tras pensarlo unos minutos me retiro arrastrando impotencia.
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